Te saludo desde mi corazón,
Recientemente tuve una conversación con mi hijo a partir de un libro maravilloso que leímos juntos y que por cierto recomiendo a todos los padres que tienen niños pequeños: “Otro nudo en mi garganta” de Martha Lucía Sundqvist. En este libro, el protagonista es una jirafa de la cual se burlan otros animales porque tiene un cuello largo y patas largas como estacas. Y fue tal la burla que llegó a recibir, que llegó a confundirse sobre quién era ella realmente. Al final de la historia, la jirafa fue el único animal que logró adaptarse para sobrevivir frente a situaciones difíciles propias de la selva, como alimentarse de los frutos que se daban únicamente en la copa de los árboles por la sequía, o incluso camuflarse frente al acecho de los cazadores, gracias a sus manchas de colores. De esta manera, la jirafa recordó quién era ella y su valor. Esta hermosa metáfora motivó una discusión profunda con mi hijo quien me dijo algo que me llamó mucho la atención: “uno debe primero amarse a uno mismo para poder amar a otros”. Y esta es una frase que se escucha en algunas conversaciones profundas que se dan en nuestra vida cotidiana. Pero, ¿qué sentido tiene para el alma esta frase? ¿En qué parte de nuestro ser nace un pensamiento como este? ¿Es realmente el amor hacia los demás una consecuencia del amor propio? ¿Es este pensamiento algo real o tan solo una ilusión?
Recordemos que el alma sabe que ella es amor, y este conocimiento de ella misma es el primer estado de consciencia. De esta manera, el alma no tiene duda alguna sobre quién es, así que cuando pensamos que primero debemos amarnos a nosotros mismos, es una ilusión que creamos para experimentarnos (segundo estado de consciencia) y recordar que somos amor (tercer estado de consciencia). Entonces, ¿para qué habríamos de pensar que debemos primero amarnos a nosotros mismos antes de poder amar a los demás? ¿Es realmente el amor algo condicionado a una experiencia con uno mismo antes de poder ser compartido con los demás? En realidad no es el alma la que nos lleva a expresar esta frase, es producto de la mente, ya que la mente es la que nos mantiene en la ilusión para que podamos recordar quiénes somos a partir de lo que no somos. Solo a través de la ilusión podemos recordar nuestra realidad del amor, esto es lo que he explicado en varios de los artículos y es lo que yo llamo la “experimentación del amor a través del contraste”. Así que el alma no solo sabe que ella es amor sino que ese amor está disponible en todo momento para ser compartido con los demás. Entonces si el amor está disponible para ser compartido con los demás, ¿qué sentido tiene que pensemos que necesitamos primero amarnos a nosotros mismos antes de poderlo compartir? ¿Y qué sentido tiene que en el amor que somos, debamos amarnos a nosotros mismos? Incluso, Jesús decía en su mensaje de amor: “ama a los demás como te amas a ti mismo”. Respondiendo a estas preguntas y en consonancia con el mensaje de Jesús, cuando decimos “debemos primero amarnos a nosotros mismos” estamos hablando del deseo del alma de experimentarse a si misma para recordar el amor que ella es. Es decir, esta primera parte de la frase de mi hijo está revelando el deseo que tiene el alma de pasar del conocimiento del amor que ella es, a su experimentación y recordación para alcanzar el estado del ser: el “Yo Soy Amor”. Y cuando recordamos que somos amor, nos hacemos uno solo con Dios y salimos de la ilusión en la que pensamos que estamos separados de él, abriendo esto el camino para la segunda parte de la frase: “…para poder amar a los demás”. Porque cuando recordamos que somos amor y nos hacemos uno solo con Dios, por extensión, nos hacemos uno solo con todas las almas. En el mensaje de Jesús, al amar al otro como a uno mismo estamos recordando que en el amor que somos (tercer estado de consciencia) todos somos uno solo, así que si yo me amo a mi mismo, amo a los demás porque en el amor somos uno solo e inseparables.
Con esta explicación, la frase “uno debe primero amarse a uno mismo para poder amar a otros”, es tan solo una ilusión de la mente que intenta develar el misterio de para qué el alma decide venir a tener esta experiencia humana, en su intento por experimentarse y recordarse en el amor que ella es. Así que más que amar a los demás sea la consecuencia de amarse a uno mismo, es que cuando recordamos que somos amor nos reconocemos como uno solo con Dios y con el resto de almas. Y es maravilloso ver cómo a través de esta frase, producto de nuestra mente y que se ha gestado en nuestra sociedad a lo largo de los tiempos, podemos tomar consciencia del juego del alma en su intento por recordar el amor que ella es. De nuevo, es a través de la ilusión que recordamos nuestra realidad del amor. Esta es la utilidad de la ilusión y este es el sentido de venir a tener esta experiencia humana: el poder crear ilusiones que nos van a permitir recordar que el amor es nuestra esencia.
Entonces, ¿qué sucedió en la conversación con mi hijo cuando me dijo esta frase? Le hice una pregunta: ¿quién eres tú? Y en ese momento comenzó a decir muchas cosas que eran producto de la ilusión en la que vive, como por ejemplo “Yo soy Jerónimo”. Entonces le pregunté: ¿por qué crees que tu mamá y yo te amamos? Y no supo responder, así que yo respondí por él: “porque tú eres amor y no necesitamos que seas algo o hagas algo para que te amemos; no importa lo que tú logres para que sintamos amor por ti. Tú eres amor y nosotros también, así que somos uno solo en ese amor”. Y quizá te estés preguntando por qué estoy compartiendo algo tan personal contigo. Porque con frecuencia, como padres fomentamos que nuestros hijos permanezcan en la ilusión de que ellos son algo que realmente no son, y que es por eso que aparentemente son que tienen derecho a ser amados y de amar a los demás. Esto no es real, esto es parte de lo que yo llamo el “ego”, esa falsa identificación que hacemos de nosotros mismos. Y no es que el “ego” sea malo, simplemente es otra de las tantas ilusiones que utilizamos para recordar que no somos lo que creemos ser sino que somos amor. Y esto fue lo que le sucedió a la jirafa del cuento escrito por Martha Lucía, se identificó falsamente con lo que ella no era, y lo hizo porque se definió a si misma a través de la opinión de los demás. Pero cuando ella recordó quién era realmente, descubrió el sentido de su existencia y del para qué había elegido venir con un gran cuello, con piernas largas como estacas y con manchas de colores en su piel.
En el amor que nos une, reconozco que tú y yo somos uno solo y que cuando te amo a ti estoy recordando que “Yo Soy el Amor”.
¡Gracias Martha Lucía por este maravilloso cuento, y a ti Jero por permitirme recordar por qué elegimos venir juntos a experimentarnos en el amor que somos!
Gabriel Francisco
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